Los espectáculos romanos tienen en su origen conmemorar las festividades de los dioses. Pero al final de la República, este ya no es su fin. Los espectáculos se convirtieron en la forma más eficaz de ganarse los favores del pueblo, y los emperadores, sabedores de todo ello, recurrían a ellos para tener al pueblo tranquilo. Los emperadores romanos sabían tan bien como Luis XIV  que la admiración es uno de los mejores caminos para conseguir que los pueblos se entreguen por entero a la voluntad de sus gobernantes. Hasta Caligula tenía el respeto y el amor del pueblo. Cuando murió lo lloraron con entusiasmo. Los repartos de carne, los espectáculos y los combates de gladiadores, organizados por él fueron impresionantes. En cuanto a Nerón, su recuerdo siguió viviendo entre el pueblo, que no se dio crédito a la noticia de su muerte y, treinta años después, aún había quienes esperaban que retornase.

Ahora bien, llegó un momento en que los espectáculos no dependían ya del emperador de turno. Se convirtieron en una necesidad de la Roma imperial. Entre la población de la capital había mucha gente que no poseía nada. El gobierno velaba por su sustento mediante los grandes repartos periódicos de trigo, y esto traía como consecuencia que tenían que ofrecer distracciones para entretener a la gente. Este entretenimiento se lo ofrecían los espectáculos públicos. Las conocidas palabras -panem et circenses- en las que Juvenal resume el ideal a que habían quedado reducidas las aspiraciones de un pueblo, no eran más que un dicho que circulaba por Roma. Parece ser que esta frase empezó aplicándose a los habitantes de Alejandría. El primero que aplicó esta frase a Roma, fue probablemente Trajano. Pronto el pan y los juegos dejaron de ser, en la capital, una gracia del gobierno para convertirse prácticamente en un derecho del pueblo. Cada nuevo emperador que subía al trono se veía obligado, quisiera o no, a asumir la herencia que le legaban sus antecesores. Por eso en cuanto al esplendor y la grandiosidad de estas fiestas rivalizaban por igual todos los monarcas, los buenos y los malos.

Los espectáculos públicos adquirieron también nueva importancia bajo el imperio en el sentido de que daban al pueblo la posibilidad de congregarse en masa y exteriorizar en voz alta ante el emperador sus sentimientos, sus odios, sus miedos, sus inclinaciones, sus deseos, sus súplicas y sus quejas, manifestaciones que allí eran recibidas con tolerancia poco usual fuera del circo o del teatro.

Escrito por Oscar Cruellas

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